miércoles, 28 de noviembre de 2007

La democracia como arma

La palabra 'democracia', oscura e indefinida, es utilizada de manera recurrente, como escudo y como lanza, por nuestros queridos líderes políticos. Su uso produce en el público efectos anestesiantes.

Goza de prestigio. Mucho prestigio. Baste observar la frecuencia con la que el adjetivo 'democratico' sale de la boca de nuestros brillantes guias. Otra de sus características es la flexibilidad, vale practicamente para insertarse en cualquier oración.

Una de las expresiones mas generalizadas, arrojada al contrario a modo de recordatorio acusador, las más de las veces, es la conocida "... porque vivimos en una democracia".
Lo mejor del asunto es que ya no hay nada que explicar. Todo está dicho. O eso quisieran.

En primer lugar abogo por dejar de lado la palabra. No sólo está manida y sucia sino que además resulta poco util. Esconde más de lo que enseña.

Resulta mejor referirse, en su lugar, a 'sistema electoral', como el método utilizado para organizar las relaciones entre los sujetos políticos, al hacerlos pasar por la prueba, o el filtro, de las elecciones.

El sistema electoral necesita, como condición previa para que pueda ser efectivo, una Nación, puesto que es ésta la que "tritura" las diferencias entre hombres para elevarlos a todos a la condición de sujetos políticos. De ciudadanos, que en cuanto tales, mantienen relaciones de igualdad legal. Leyes iguales para todos, todos iguales para las leyes. De ésta manera se conforma el cuerpo electoral.

A su vez, la Nación supone un Estado, que la crea, operando sobre una sociedad política ya existente. Por tanto, la Nación en su génesis no es "democrática", esto es, no nace de unas elecciones (no se respeta por tanto la regla de la mayoría, en primer lugar porque todavía no existe). La Nación nace contra el Antiguo Régimen. Cortando cabezas.

Un sistema electoral comenzará a existir en una Nación ya conformada, (y cuando esto no ocurre así, porque no se ha producido la elevación de todos los hombres a la condición de ciudadanos, el sistema electoral, bien supone un elemento de conflicto, y mejor estaban sin él, o bien no es más que una farsa montada cara al exterior) sobre una plataforma política existente.

Plataforma que sigue existiendo tras la implantación del sistema electoral. No desaparece ni desaparecen sus funciones, aunque se vean modificadas. Funciones, muchas de las cuales nada tienen que ver con el sistema electoral y sobre el que éste nada tiene que decir. Funciones que, además, son necesarias para la propia existencia de la sociedad, y muchas de ellas tienen una importancia superior a la de las elecciones, léase aquí el suministro de alimentos, la red de carreteras, la defensa del territorio...

Y es que, no está de más recordarlo, el sistema electoral no agota el campo político, sino que se inserta en él, mantiendo con otros de sus elementos relaciones conflictivas.

Así, a la participación de todos en las elecciones, se opone la participación de unos pocos en el Gobierno.
A la elección del Parlamento mediante sufragio, se opone la elección de los funcionarios por oposición.
A la pluralidad de candidatos se opone el objetivo de los partidos de obtener el mayor número posible de votos, y en el límite, todos los votos.

Sirvan estos ejemplos.

Y éstas son contradicciones que el sistema electoral no puede superar, ni regular. Dar buen cauce a las mismas es tarea del Estado. Esto se realizará desde principios a los que no ha lugar denominar "democráticos", que estarán relacionados con la "buena marcha" de la Nación, tales como estabilidad, gobernabilidad...

Existen otros problemas, como la contradicción entre la condición abstracta de ciudadano que nos iguala y las realidades socio-económicas que nos diferencian, pero no es lo que quiero tratar ahora.

Lo que hay que resaltar es la prioridad del Estado y la Nación sobre el sistema electoral. Esto supone que los ataques a la Nación no son ataques al sistema electoral y no es aceptable tratarlos como tal. Negar la Nación no es un ataque a la "democracia", sino a la Nación y por tanto al Estado. Estos conflictos no pueden solucionarse por procedimientos "democráticos" (aquellos destinados a captar el voto) sino que requieren acciones de fuerza a fin de neutralizar la amenaza.

martes, 27 de noviembre de 2007

Las elecciones

Las elecciones establecen el número de parlamentarios que cada partido político va a tener. Así, filtran el acceso al Parlamento, determinando la correlación de fuerzas que va a existir en las cámaras, durante la legislatura. De este equilibrio entre los grupos se obtiene el partido que va a ocupar el Gobierno.

De esta manera, las elecciones presuponen una pluralidad de candidatos e implican la organización de estos para conseguir el voto. Esto va a configurar a los partidos políticos con unas características muy concretas, a las que no se debe cerrar los ojos. Es necesario saber qué puede esperarse de los partidos políticos (en tanto que grupos cuyo objetivo es gobernar; otro asunto es que se puede esperar de un gobierno).

Las elecciones también realizan una selección indirecta de las élites políticas de la nación. La selección directa se produce en los partidos. La relación partidos-sistema electoral puede generar situaciones de ingobernabilidad si no se establecen los mecanismos adecuados. Así como otras consecuencias poco deseables. Esta relación vendrá determinada por la arquitectura institucional que establezca la Constitución.

Las elecciones cumplen, también, una función ideológica para los fundamentalistas democráticos, a saber: se convierten en la suprema manifestación de la voluntad política de la nación. Todo otro tipo de acción ("no hay que intentar ganar en la calle lo que se perdió en las urnas") que se pretenda representante de tal voluntad queda inmediatamente deslegitimada (a ojos de los fundamentalistas) con solo mentar las sagradas elecciones.
Cuando interesa, de más está decirlo, las manifestaciones también serán "el clamor popular". "No se puede gobernar de espaldas a los españoles. " se dirá. Esto es una prueba más de que se está tratando con ideología.

¿Cabe el "arrepentimiento democrático" antes de los 4 años? ¿Qué responsabilidades tienen los votantes de las acciones del Gobierno? ¿Deben pedirse cuentas unos a otros por el resultado de sus decisiones? ¿Los ciudadanos que no votan son complices por omisión?

La información

La aparición del documento permite a la sociedad liberarse de la memoria individual y objetivar la multiformidad de datos que ha ido adquiriendo.

No es exagerado decir que la conservación de la información es el germen del progreso.

"... ante un problema cualquiera, el hombre no se encuentra sólo con su personal reacción, con lo que buenamente a él se le ocurre, sino con todas o muchas de las reacciones, ideas, invenciones, que los antepasados tuvieron. Por eso su vida está hecha de la acumulación de otras vidas"

Ortega y Gasset. "Misión del bibliotecario y Otros ensayos afines"

lunes, 26 de noviembre de 2007

Preguntas capciosas

crispar.

(Del lat. crispāre).

1. tr. Causar contracción repentina y pasajera en el tejido muscular o en cualquier otro de naturaleza contráctil. U. t. c. prnl.

2. tr. coloq. Irritar, exasperar. U. t. c. prnl.




¿Qué hay detrás del uso de la palabra crispación?
Más aún ¿puede existir la política sin que nadie se crispe?
¿Se busca, quizás, que el adversario calle a fin de no irritar?
¿Se trata de una cuestión de modales?
De ser así, ¿tiene eso tanta importancia como las propuestas? ¿Qué papel juegan las buenas maneras en la democracia? y en cualquier caso ¿no es el código penal el que marca los límites en lo que a libertad de expresión se refiere?

Si en política se enfrentan grupos con distintos planes y programas a realizar en el territorio español, en muchos aspectos incompatibles con los de otros grupos ¿cabe esperar que de tal confrontación surja la armonía?
Y si, en principio, sólo un partido puede gobernar, ¿es lícito esperar otra cosa que no sea un enfrentamiento en todos los frentes y con todos los medios posibles dentro de la legalidad (y aún fuera como en España bien sabemos)?

Conviene recordar que la lucha nunca cesa de manera definitiva, y cuando su intensidad es tan baja que así parece se debe a la existencia de un vencedor.

Y asimismo, ¿no es verdad que el pluralismo político es uno de los valores superiores de la Constitución Española de 1978? ¿Y quién pretende que del pluralismo salga la armonía y no la contradicción y el conflicto? ¿Quién incurre en tan flagrante error salvo un necio o una parte interesada en instrumentar tal creencia?
Y este pluralismo político, que no es sólo legítimo sino también criterio de legitimidad ¿no valida e incentiva a su vez la permanencia en la lucha política, aún cuando fuese para mantener tal pluralismo? ¿Acaso puede esperarse que un día exista la uniformidad?

¿Y no es razonable pensar que tal lucha generará irritación, exasperación, crispación... y que precisamente por ser conscientes de esto no debe llamar la atención, ni constituir un punto de interés, sino que es algo dado e irrelevante?

Por lo que toca repetirse ¿qué hay detrás del uso de la palabra crispación? ¿Qué táctica es esa que quiere desprestigiar la lucha y la contestación? ¿Cómo es posible objetar el ataque del adversario (no lo que el adversario pretenda, sino el mero hecho del ataque) salvo desde una hipocresía indecente?

Al hablar de política, la moderación y el exceso anidan en los planes y programas de los grupos. Esto es lo que cabe impugnar. Y es necesario que así se haga.

La marca del mentiroso

La sola pretensión de que siempre es posible, entre dos o más partes, llegar a un entendimiento es una marca que señala al mentiroso. Apelar al diálogo como solución es traicionar a los ciudadanos.

Traicionar, porque se esconde que la realidad es conflictiva y en muchas ocasiones contradictoria, y que no cabe dar satisfacción a todas las aspiraciones.

Traicionar, porque se esconde que las cosas deben hacerse, y que se hagan de una manera implica que no se hagan de otra.

Traicionar, porque se esconde que siempre hay alguien (algunos) que toma las decisiones, y que si las tomo yo, no las vas a tomar tú.

Pretenderse conciliador por sistema es necesariamente un engaño. Si las diferencias entre los planes y programas de los grupos políticos fuesen nimias e irrelevantes cabe suponer que no existiría tal cantidad de grupos.

Así, las alianzas y los acuerdos son siempre coyunturales y temporales, limitados en tiempo y espacio. Incluso los grupos aliados en tal o cual proyecto o en este o aquel gobierno siguen siendo adversarios en el resto de puntos. Y mañana volverán a luchar donde ayer se aliaron.

Las alianzas siempre se utilizan para conseguir los fines propios, en la medida en que la correlación de fuerzas lo permite. De ahí que las alianzas "contra natura", aquellas en las que la divergencia en los planes es tal que apenas permite la coordinación de los programas, no duran demasiado ni acaban de buenas maneras. En sentido contrario, si una alianza permanece en el tiempo supone la posibilidad de coordinar programas, y por tanto una menor incompatibilidad en los planes.